viernes, 21 de marzo de 2014

Mi primera experiencia con la hipnosis

No creo en el destino, pero hay casualidades que son asombrosas.

Hace un tiempo que leo sobre sanadores, curanderos, pastores milagrosos, astrólogos, brujas, videntes, mediums y demás tipos de personas relacionadas con el mundo de lo oculto. Vaya por delante que no creo en ninguno de estos personajes, pero me atraen. En particular, me interesan aquellos que se saben, lisa y llanamente, unos ladrones. Los que prometen cánceres curados, bancarrotas resueltas y amor elegido a dedo. En fin, siempre sentí curiosidad por los estafadores, y los de este tipo me parecen fascinantes. Ya les dedicaré una novela.

Ya sé, ya sé que alguno de ustedes estará pensando que no es lo mismo un macumbero que una gitana que te lee la mano. Cada uno de nosotros traza la linea en un lugar diferente. Hay quienes no creen en curanderos pero sí en la astrología. Hay quienes no creen en la magia negra pero sí en la cura del empacho. Y están los que piensan que la hipnosis es algo diferente a todo lo demás, y que realmente es posible manipular el subconsciente de una persona hasta el punto de alterar su voluntad.

-Yo estoy en ese grupo -le dije a Trini el otro día mientras preparaba la valija para irme a una conferencia al día siguiente.

-¿Qué dices? ¿Tú no eras científico, ateo, escéptico y todo aquello?

Le expliqué que para mí la hipnosis era algo diferente. Que si bien nunca la había experimentado, me parecía perfectamente posible que alguien pudiera alterar tu comportamiento a través de la sugestión. Que, en su forma más simple, no era más que una persona hablando sobre piojos y otra notando un picor en la cabeza.

Al día siguiente de tener esta conversación con Trini, hice mil quilómetros en un avión. Después de diez horas hablando de trabajo estaba cansadísimo, pero igual decidí salir a pasear. Caminé un poco siguiendo las luces de la ciudad y terminé en una peatonal cortita llena de bares y restaurantes. Había dos espectáculos callejeros. Uno era el clásico hippie que hace malabares con cuchillos arriba de un monociclo altísimo. El otro, un hombre sin micrófono ni vestimenta especial que habría pasado por un turista más de no ser por el corro que lo observaba blandiendo teléfonos y cámaras, y por la mujer que dormía de pie apoyada en su hombro.

-Cuando cuente hasta tres, te vas a despertar y no recordarás tu nombre -dijo el tipo con una sonrisa de dientes impecables, y contó.

La mujer abrió los ojos y juró no recordar cómo se llamaba.

Le siguió otra voluntaria, y después vino una nenita que no tendría más de seis años. En todos los casos, los hipnotizados cerraron los ojos a la cuenta de tres y se despertaron con el chasquear de los dedos.

Tras devolverle el nombre a la niña, el hombre anunció que haría un descanso y la multitud que lo rodeaba empezó a disiparse. Entonces me di cuenta de que no había lata, ni gorra, ni nada donde echar monedas. La gente se iba y él no les pedía nada. Se limitaba a ofrecer su tarjeta personal acompañada de su sonrisa enorme y de vez en cuando decía algo a una cámara que lo seguía para todos lados.

Dos días después de mi conversación con Trini, me había encontrado con un hipnotizador callejero. Y gratis.

Dudando un poco, me acerqué y le pregunté si me podía hipnotizar. Me miró a los ojos y enseñó de nuevo esos dientes perfectos. Por supuesto, me dijo, y empezó a hacerme preguntas. Cómo me llamaba, de dónde era y qué hacía allí. Luego me explicó que la hipnosis tenía mucho que ver con la concentración y con las ganas de creer. Yo, ganas, tenía un montón.

-Empecemos -dijo el hombre-. Quiero que extiendas los brazos hacia adelante y entrelaces los dedos de tus manos. Muy bien, ahora extiende los pulgares y los índices como si le estuvieras apuntando a alguien con una pistola. Genial. Dobla los codos de tal manera que la pistola apunte hacia el cielo y separa los índices un par de centímetros. Quiero que te concentres en el espacio que hay entre tus dedos. Concéntrate e imagínate que en la punta de ambos dedos hay un imán. Quiero que sientas cómo los dedos se atraen y de a poco la distancia entre ellos se acorta. Se acorta cada vez más. Muy bien, sigue concentrándote hasta que se toquen el uno con el otro. Así. Muy bien.

A medida que el tipo hablaba, yo observaba incrédulo cómo mis dedos se iban juntando hasta tocarse. La hipnosis de Wayne, que así se hacía llamar, estaba funcionando.

-Muy bien, ahora imagínate que te echo unas gotas de pegamento sobre tus dedos. Un poco más, y ahora el pegamento chorrea entre tus manos. Y también te las voy a atar con una cinta adhesiva imaginaria, y te voy a pasar un tornillo de un lado a otro y voy a apretar la tuerca de tal manera que tus manos estén completamente unidas la una a la otra. Están pegadas, encintadas y atornilladas, así que no las vas a poder separar. Puedes intentarlo, pero no vas a poder. Y mientras más lo intentes, más se pegarán. Prueba si quieres, pero no podrás -me dijo, y probé.

Mis manos empezaron a separarse sin ningún problema y supe que estaba a punto de arruinarle el espectáculo. Entonces tuve una sensación rara, entre vergüenza y piedad. Si separaba las manos, me dije, crearía una situación incómoda para el pobre Wayne, poniéndolo en evidencia. Y entonces decidí fingir que las tenía pegadas. Fingí forcejear en vano para separarlas y lo miré, vencido. En restrospectiva, mentirle fue un error que me terminó costando caro.

Wayne celebró su poder sobre mí con una mirada a la cámara y continuó con su acto.

-Quiero que te concentres en la punta de tus dedos. Imagínate que hay un imán ahí y otro en tu entrecejo. Y de a poco, tus dedos se mueven hacia tu cara. Los imanes se atraen. Siente la fuerza de los imanes. Cuando se toquen, tus párpados empezaran a pesar y te dormirás.

De a poco moví los brazos mientras Wayne seguía con sus arengas. Vamos, siéntelo y esas cosas. Cuando me toqué por fin el entrecejo, me agarró de un hombro y dijo "Duérmete". Cerré los ojos, por compasión. No sólo no estaba dormido, sino que hacía fuerza para no soltar una carcajada. Si él se daba cuenta de que lo mío era simplemente una actuación, lo disimulaba mucho mejor que yo.

Animado por lo bien que respondía a sus órdenes, me usó de títere otro buen rato. Me liberó las manos y me volvió a pegar una a la cabeza. Hasta trajo a una chica del público y me vi en la absurda situación de hacer fuerza para que una desconocida no me separara la palma derecha del pelo, mientras pensaba "a mí quién me manda a meterme en este berenjenal". Pero ya estaba en el baile y decidí seguir bailando.

Me durmió como tres o cuatro veces más, y todas ellas cerré los ojos y bajé la cabeza intentando no reír. Con cada despertar, Wayne me recibía con un truco nuevo. No podrás mover el brazo. No podrás abrir la boca. Y cada vez, yo pensaba "que se acabe esto ya, por favor". Su último número fue "no recordarás tu nombre". Apenas oí eso empecé a repetir mentalmente "Cristian, Cristian, Cristian", y cuando chasqueó los dedos para que abriera los ojos, la pena me volvió a ganar y admití no saber cómo me llamaba. Entonces me volvió a dormir, y durante mi sueño fingido oí cómo me decía que al despertar recordaría que era Cristian. También me prometió que me sentiría mejor de lo que me había sentido en todo el día.

Abrí los ojos y dije mi nombre. La gente que estaba mirando empezó a aplaudir y él miró a la cámara triunfante. Yo estaba igual de cansado que hacía diez minutos, pero creo que para Wayne haberme hipnotizado con tanta facilidad sí que fue el mejor momento del día.

Cuando nos despedimos, me prometió que colgaría el video en youtube en los próximos días. Y cumplió.