sábado, 11 de diciembre de 2010

El mate es una joya

Estos días anduve por Nueva Zelanda. Fui a una conferencia en Christchurch, la ciudad más grande de la isla del sur, y lo más interesante del viaje es que nadé con delfines en libertad. Pero de eso hablaré en otro post, más adelante (ya explicaré por qué).
Hoy me siento escribir para contarles, una vez más, acerca del mate. En dos posts anteriores (éste y éste), ya he tocado el tema de cómo se ve el mate en otros países y qué piensa la gente al respecto. Sin embargo lo que me pasó esta vez jamás lo podría haber imaginado.
Voy caminando por Christchurch y me encuentro un cartel en el medio de la vereda que dice “Yerba maté in store now” (algo así como "Ahora tenemos yerba mate"). No sé por qué el acento en la e, debe ser porque queda más exótico todavía. En fin, veo el cartelito y dudo acerca de sacarle una foto. Pensé que ya estamos en el siglo XXI y que a nadie le sorprende que se venda yerba en otros países. La globalización y todo eso.
Pero al final un impulso me hizo sacar la cámara, y otro me obligó a entrar y preguntar el precio. Era un multirubro pequeño, de esos que venden lápices, bebidas energéticas y mapas políticos por igual. Le pregunto a la señora que atiende cuánto cuesta la yerba mate y me mira con cara de no entender nada. Debe ser mi acento, pienso, o su oído, porque ella es china. Le pregunto de nuevo, más despacio y pronunciando “ierba matei”, para anglonizarlo un poco, pero su cara de póker no cambia.
Entonces reprimo mis ganas de cazarla del brazo y arrastrarla hasta el cartel. Me calmo y me culpo. No lo estarás pronunciando bien, me digo, y me limito a señalar con el dedo y preguntarle si tiene eso que hay escrito en el cartel en la vereda.
-¡Ah, no! –me dice- Eso es de la joyería de al lado.
-Excuse me, ¿joyería?
-Sí, sí, ¿no ves que el cartel tiene el logo y el nombre de la joyería?
-Ah, no me había dado cuenta. Discúlpeme –le digo, y me voy.

A la izquierda el almacén, a la derecha la joyería.
Me acerco al cartel, para asegurarme de que no era el día de los inocentes chino y la mujer me estaba tomando el pelo, y compruebo que, efectivamente, corresponde a la joyería. Miro por la vidriera y veo un montón de anillos de oro, unas piedritas que me imagino serían diamantes, y muchas otras cosas chiquitas, brillantes y caras. Pero de la yerba no hay rastro.
Me meto, tímido, y le pregunto al que me atiende si el cartel de la yerba mate (solo él sabe cómo lo pronuncié esta vez) era de ellos. Me dice que sí, y pone sobre el mostrador una caja de cartón, tapando toda la sección de alianzas de matrimonio. Había dos mates, tres bombillas y cuatro paquetes de yerba, todos de un kilo: Taragüí, Rosamonte, Canarias (uruguaya) y una brasilera que no me acuerdo el nombre.
-¿Y cómo es que una joyería termina vendiendo esto?
-El hermano del dueño fue a Sudamérica y se trajo unos paquetes. Al dueño le gustó y ahora toma todo el día. Y como en esta ciudad no hay nadie más que la venda...
-¿Y quién la compra?
-Gente de Sudamérica, en general –me dice, y me mira con una expresión que traduzco como “¿me vas a comprar o para qué carajo viniste?”.
-Muchas gracias, che –le digo, “che” lo pronuncio igual, porque no lo va a entender de ninguna forma. Y me voy.
Al final no le pregunté cuánto costaba porque, al fin y al cabo, no tenía intenciones de comprarle. Además, sabía de antemano que la vendían como si fuera oro.